martes, 22 de enero de 2008

La razón y el corazón


Durante mucho tiempo estuve recibiendo instrucciones que me decían que no le hiciera caso al intelecto y que me moviera más por el corazón. Me parece un buen consejo pero creo que hay algo muy importante que matizar.


Yo creo que tenemos la capacidad de razonar por algo. Nuestra capacidad intelectual, debe ser desarrollada. Estoy de acuerdo en que uno no debe detenerse en lo mental sino ahondar en lo “sentimental” (valga el juego de palabras), pero también me doy cuenta de que, en muchos casos, sin un entrenamiento racional e intelectual, se pueden o bien detener los pasos del crecimiento interior, o bien sacarlos completamente de quicio.


A veces me asusta ver con cuanta frivolidad se habla de aquello que no se conoce. Con cuanta sin razón se consideran válidas supuestas intuiciones que sólo dañan en lugar de aportar soluciones. Creo que uno, normalmente, debe prepararse para establecer un juicio crítico incluso sobre las intuiciones que recibe, pues si no, el ser humano no puede ejercer la libertad. La libertad exige un enorme conocimiento, una profunda consciencia, y, desde mi punto de vista, para ampliar la consciencia, es un buen camino el entrenamiento del intelecto. Sin detenerse en él, sino, por supuesto, vivenciándolo; es decir, poniéndolo en práctica, pues las teorías son sólo teorías, pero lo importante es comprobar vivencialmente lo que es real.


Creo que debemos valorar que el corazón también tiene su inteligencia; y que la inteligencia, bien utilizada (es decir, haciéndola un instrumento en lugar de un fin), es una excelente vía para el corazón, siempre y cuando el conocimiento acumulado se desenpolve y se ponga en movimiento.


Por supuesto uno no debe quedarse en las teorías, si éstas contradicen lo que la realidad le presenta. Pero no es menos cierto, que el conocimiento de diversos principios ayuda a desentrañar la verdad.


Me gustaría proponer una anécdota que creo puede servir para explicar lo que pretendo decir. Victor de Aveyron fue un niño encontrado en los bosques de Francia en el siglo XVIII. Todo apuntó a determinar que el niño había crecido en los bosques sin contacto humano. La anécdota a la que deseo hacer referencia es la sorpresa de los intelectuales porque este niño no reaccionara a "las maravillas de París", que actuara como si sencillamente no las viera, pero sí mostrara una extraordinaria atención al chasquido de una nuez al ser partida. ¿Cómo puede extrañar esto? Parece algo lógico, puesto que las "maravillas tecnológicas de París" no formaban parte de su mundo y por supuesto no podía mostrar ningún interés por él; sin embargo, la nuez era muy importante para su existencia.


Con esto quiero decir que, para entender procesos, para reconocer situaciones, es importantísimo tener el desarrollo intelectual y cultural que nos permita desentrañarlas. Y para nuestra desgracia, y a pesar de la gran cantidad de medios que hoy tenemos para combatir la ignorancia, parece que se opta con demasiada frecuencia por elegir la vía rápida de actuación sin pararse a apoyarla en bases más sólidas que la fuerza del momento.


La intuición racional, ¿no sería una buena aproximación a la verdad?
Colaboración de Hada Saltarina

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