martes, 4 de marzo de 2008

El árbol torcido


La noche había sido muy dura. El viento se había desatado y parecía querer llevarse todo lo que encontrara a su paso. Su fortaleza arrolladora pudo con la de un árbol de los muchos que había en el parque. El árbol intentó resistirse, pero, cuando llegó la mañana, comprobó los efectos del viento; su cuerpo había quedado inclinado, ya no era el erguido árbol de días anteriores; ahora, parte de sus ramas casi rozaban el suelo, mientras que las demás quedaban en lo alto.

Para el árbol, la comprobación de su nuevo estado le supuso una gran tristeza. Ya nadie se resguardaría del sol bajo sus ramas. ¿Quién iba a ser tan loco como para sentarse bajo un árbol tan poco apetecible? Todos sus compañeros lo compadecían. A todos ellos les hubiera gustado ofrecerle algún tipo de consuelo, pero no encontraban las palabras adecuadas; lo mejor era dejar pasar el tiempo y que el árbol herido se fuera acostumbrando a su nuevo aspecto.

Cuando llegaron al parque los visitantes más madrugadores y comprobaron por sí mismos los efectos del viento, hubo muy diversas reacciones. Algunos se llenaron de miedo pensando en el peligro que suponía un árbol caído, pero esta actitud era bastante irracional, pues lo ocurrido ya había pasado y no valía la pena crear accidentes imaginarios. De todas formas, no estaban satisfechos, pues aquel árbol que había quedado torcido podía constituir un peligro para los niños, ¿y si terminaba por doblarse completamente?

Los más optimistas veían un espectáculo curioso; comprobaron el estado del árbol y vieron que sus raíces estaban bien sujetas al suelo por lo que consideraron injustificados los recelos de aquellos otros alarmistas.
Para los niños, la nueva situación fue causa de una gran alegría. Aquél se había convertido en un árbol más accesible que los demás, por lo que lo integraron inmediatamente a sus juegos. Esto nunca había sucedido antes. Es verdad que muchos pequeñines posaban sus manitas en el tronco de los altos árboles, pero cuando intentaban alcanzar alguna rama, aun las más bajas, resbalaban sin conseguir su meta. Ahora todo había cambiado, y el árbol experimentó un gozo intenso al poder compartir la alegría de los niños.

Pasaron los días, y el árbol cada vez se acostumbraba más y más a su nuevo aspecto. Un día, un muchacho se sentó justo enfrente de él, sacó un cuaderno bastante grande, unos carboncillos, y comenzó a jugar con ellos encima del papel, mientras que, de cuando en cuando, echaba una ojeada al árbol torcido. Éste se preguntaba qué podría estar haciendo aquel joven. Pronto obtuvo la respuesta. Los árboles que estaban situados a la espalda del nuevo personaje, contemplaron lo que hacía, y es que a cada mirada lanzada por el muchacho, un nuevo árbol torcido iba formándose en el papel. Para el árbol aquello constituía toda una novedad; alguien estaba haciéndole un retrato.

Pronto ya no sólo había un muchacho frente a él, sino todo un conjunto de ellos. Todos pertenecían a un colegio cercano al parque, y lo que intentaban era reproducir en sus cuadernos la imagen del árbol, cosa que conseguían con una mejor o peor fortuna.
Se convirtió en algo habitual referirse al árbol. Cuando dos amigos quedaban para verse a una determinada hora, se hacía muy fácil localizar un lugar de reunión.

- “Bien, entonces quedamos esta tarde a las seis; ¿te parece?”
- “De acuerdo, pero ¿dónde? El parque es muy grande.”
- “Podemos encontrarnos junto al árbol torcido.”
Y con esas palabras, el encuentro se facilitaba.

Desde el día del vendaval, muchas cosas habían cambiado; el árbol había dejado de ser alguien anónimo, ahora tenía un nombre que lo diferenciaba. Si en un principio tanto él como sus compañeros pensaron que todo había terminado para el pobre arbolito, pronto pudieron comprobar su tremendo error, y durante muchos, muchos años, el árbol torcido fue referencia obligada para todos los visitantes del parque.
Colaboración de Hada Saltarina

5 comentarios:

José Ignacio Lacucebe dijo...

Escrito con moraleja, viento, arbol torcido que se deja simeter antes de astillarse en su intento de permanecer erguido.
Cuantos de nosotros arrastramos defectos, deformidades, rencores, heridas mal cicatrizadas, amputaciones. Somos un bosque de árboles torcidos, temerosos, miedosos de la mirada o el comentario.
¿cuando llegara alguien que fije en mi su mirada y encuentre lo maravilloso de mi deformidad y pregunte porque sucedió.
Compartiré la historia de mi vida y así compartiré mi imagen dignificada.
Besos.

Nora dijo...

Es muy hermoso tu comentario Ignacio!!
Gracias por él!
Pasión

Lidia M. Domes dijo...

Hermoso relato... a veces a las personas puede pasarles, también... sabemos adaptarnos a los cambios? podemos tomar una aparente limitación como una posible bendición?

Cariños...

Lidia

Lidia M. Domes dijo...

No había leido el comentario de ignacio, muy profundo y enriquecedor!!!

Besos

Lidia

Juan C Araya dijo...

Lidia
No pude dejar de relacionar tu relato con nuestra vejez, cuando nuestro acspecto no esclozano rezagante, escondemos a los nuestros, nos avergonzamos, no creemos que sean caoaces de nada.Pensar que a todos nos sucederá esto
Saludos
J Carlos

 
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