miércoles, 3 de enero de 2007

El tazón de leche

El discípulo estuvo reflexionando sobre la insustancialidad y la transitoriedad de todo lo existente y tomó conciencia de cómo en la existencia terrena hay encuentro y separación, alegría y pesar, placer y dolor. Se deba cuenta de que no era feliz y que los años iban pasando y la dicha estaba vedada. Fue hasta su maestro y le dijo.

-Maestro, los años discurren tan incesantemente como las aguas de un río. Cuanto más vivo, más consciente soy de que en el mundo exterior no puedo hallar felicidad plena, ni el contento permanente, ni la dicha estable. Por qué?

- Quiero que prepares un tazón de leche dulce y se la des a probar a un enfermo grave -dijo el mentor- Luego ven a reunirte conmigo.

Así lo hizo el discípulo. Era un verdadero buscador de lo Inefable, pero no hallaba la paz en esta existencia. Preparó un tazón de leche dulce e indagó dónde había un enfermo grave. Acudió a visitar al enfermo y rodeándole los hombros con los brazos lo ayudó a incorporarse y a beber la leche. El enfermo hizo una mueca de asco y se quejó:

-Qué amargo está esto!

El discípulo acudió a su maestro y le relató lo sucedido.

-Querido mío. Cuando se está enfermo hasta lo dulce sabe amargo.

Cuando la mente no ha hallado la libertad total se enreda con lo placentero y lo desagradable y al final hay amargura porque todo contento termina por seguir al descontento. Persevera en tu búsqueda. No desfallezcas. En la raíz de tu mente, donde el mundo exterior se desvanece, hallarás la paz que hasta ahora se te ha negado.


Del libro "Cuentos espirituales de Oriente" de Ramiro Calle.

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