sábado, 9 de febrero de 2008

Los tres caminos - El primero...


El viento golpeaba con fuerza, lo que hacía difícil la buena sujeción del paraguas. Había decidido salir a dar un paseo en el preciso momento en que las nubes descargaban un enorme aguacero. En realidad la situación no debiera haberla tomado por sorpresa, de sobra sabía que llovía desde el día anterior; durante la noche, el sonido de la lluvia no había dejado de mecer sus sueños, sin embargo no estaba dispuesta a que aquella circunstancia estorbara su decisión. Necesitaba ejercitarse; si permanecía un solo minuto más en la casa, terminaría por anquilosarse sin remedio. A pesar del temporal encaminó sus pasos hacia el parque que hacía los oficios de un pequeño bosque en plena ciudad. Imaginó que nadie sería tan loco como ella, ¿a qué aventurarse en un día tan desapacible como aquél? Se equivocaba. Un grupo de deportistas entrenaba como si de cualquier otro día se tratara. Quizá la lluvia no fuera tan fiera como ella creyera.


Decidió esquivar a la gente. Necesitaba soledad para poner sus pensamientos en orden. Últimamente la vida la había golpeado con fuerza; tanto, que más de una vez temió romperse; sin embargo, ahí estaba, caminando a pesar del viento y de la lluvia. Los concejales de su ciudad habían pensando que aquel parque precisaba caminos de asfalto que impidieran a quienes los transitaran en los días de invierno ser alcanzados por el barro; por tanto, el parque no representaba ningún peligro para los viandantes y, por supuesto, tampoco para ella. Pero no todo era asfalto; gracias a Dios algunos de los caminos que podían elegirse no contaban con semejante escudo, y fue hacia ellos donde dirigió sus pasos. Deseaba sentir la tierra bajo sus pies; estaba más que harta del duro asfalto de su ciudad y ansiaba un contacto verdadero con la naturaleza. A ambos lados del camino unos árboles, fuertes y robustos, acompañaban su paseo, y ella decidió dirigirles también a ellos sus pensamientos.


En el camino se habían ido formando múltiples charcos que podían ser detectados sin ninguna dificultad por cualquiera que se adentrara en la vereda; ella también los vio pero pensó que aquellas otras partes sobre las que el agua no podía verse ofrecerían buen cobijo para sus pies. No fue así, cuando adelantó su pierna y posó uno de su pies en aquel lugar pudo comprobar que todo estaba enlodado. Cuando el terreno no resultaba resbaladizo, parecía que quisiera tragarse a quien lo hollara. Aun así, ella siguió caminando. Iba bien equipada con sus nuevas botas de agua. Siguió y siguió avanzando. Contrariamente a lo que había imaginado, el camino se hacía más y más difícil, y llegó un momento en que dudó sobre las posibilidades de alcanzar con éxito la carretera de asfalto que podía vislumbrar a lo lejos, demasiado lejos. Un instante de miedo hizo que volviera su rostro hacia el principio del enlodado camino; quizá fuera mejor retroceder, casi podría asegurar que las cosas cada vez iban a complicarse más y que, por mucho que lo intentara, no alcanzaría su meta. Había sido una tontería meterse por aquel lodazal; ningún ser con un mínimo de cordura lo habría hecho. ¡Pero deseaba tanto sentir la tierra!


La mirada hacia atrás le reveló que tantas posibilidades tenía de retornar como de seguir avanzando, y decidió lo segundo. A pesar de todo continuaría; si nuevas complicaciones surgían en aquel trayecto, las sortearía como pudiera. Por otra parte, ¿qué era lo peor que podía ocurrirle? Si se caía, ya estaba preparada para el golpe, así que éste, con un poco de suerte, resultaría poco dañino. No, sólo quedaba una solución: avanzar, seguir avanzando; las cosas no podían ser tan malas. Claro que cuando dirigía su mirada hacia delante, tenía que admitir que todavía le quedaba un largo trecho y que no estaba en absoluto segura de lograr vencerlo con éxito. Sólo tenía un medio de afrontar aquella dificultad, ir despacio, midiendo sus pasos, reconociendo cuidadosamente el terreno. Aquella atención apenas le dejaba tiempo para otra cosa más. Ya ni siquiera podía ver el camino de asfalto a lo lejos, sólo le quedaba la lucha que enfrentaba ante el que tenía ante sí.


Y de repente allí estaba, lo había conseguido. Sus pies pisaban terreno duro. Lo había logrado. Entonces lo hizo. Sobre la seguridad del nuevo terreno miró hacia el que acababa de atravesar. Nadie hubiera dicho que fuera tan pequeño, pero mientras estaba dentro le había parecido inmenso. Igual que sus problemas. La vida la había llevado por un camino lleno de pruebas del que no podía ver la salida, pero el paseo le había enseñado algo, ni las pruebas eran tan duras ni el camino era tan largo. Se dio cuenta de que mientras estuviera dentro de él sólo le quedaba tomar la resolución que había tomado aquella tarde: proseguir, con cuidado, con ánimo, proseguir.


Desde el nuevo lugar de seguridad que había encontrado, rió, rió de buena gana ante aquel descubrimiento, y la esperanza volvió a anidar en ella. Y siguió avanzando.
Colaboración de Hada Saltarina

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