jueves, 7 de febrero de 2008

Mi visión sobre el Tarot

Parece que la pretensión más común es la de adivinar el futuro según las cartas que aparezcan en una determinada tirada así como su posición. De acuerdo con esta versión, el mundo estaría totalmente predeterminado y nada podría hacerse para modificarlo.
Entonces, la pregunta inmediata que surge (al menos para mí) es la siguiente: ¿Para qué necesitamos el Tarot? ¿Para conocer por adelantado las fortunas o desgracias que nos tiene reservada la vida? ¿Para sufrir doblemente ante la adversidad anunciada? ¿Para aminorar el gozo de la dicha ya conocida? Esto no me parece a mí que tenga demasiado sentido; incluso creo que uno de los motivos que hace a muchas personas inhibirse del acercamiento al ´Tarot es precisamente este mismo pensamiento. Entonces, vuelve a resonar con más fuerza la pregunta:

¿Para qué el Tarot?

Yo lo contemplo como una ayuda de gran valor para quienes vivimos en un mundo libre (dentro de los límites de nuestra propia naturaleza, obviamente) en el que nuestro poder de elección puede ser decisivo para vivir una vida más plena. Las cartas son una ayuda pero no un sustituto para la vida y para la toma de decisiones.

Es verdad que existe mucho miedo en muchas personas ante esta técnica. El miedo creo que obedece a dos factores. Uno de los motivos de miedo es esa creencia en un destino prefijado del que uno no puede escapar, haga lo que haga. Así es muy lógico que no se desee, en muchas ocasiones, conocer las respuestas ya que, según esta teoría, nada podría hacerse para detener determinados procesos. Como ya he dicho, no es esa mi visión de la vida. Sí creo que tenemos unos objetivos a conseguir, marcados de antemano, pero también tenemos la gracia de la creación, de la innovación, y de alcanzar las metas propuestas por múltiples vías y no necesariamente por una. Así el Tarot se vuelve una gran ayuda para reconocer los caminos mejores, los más sabios y los más éticos.

Y aquí enlazo con el segundo miedo a las Cartas. Desgraciadamente, a lo largo de la historia cualquier medio que resulte de una visión libre (no sometida a rígidas estructuras de dominio o de poder) suele ser muy criticada, y el Tarot no podía serlo menos. Parece cierto que se han tenido que cometer muchos abusos por parte de quienes interpretan el significado de las Cartas; pero eso no debería llevar a la conclusión de que las Cartas en sí mismas son maléficas. Yo tengo muy claro a quién pido ayuda cuando las utilizo; pero, por mucho que duela, parece más fácil creer en el poder del mal que en el del bien, y por eso son muchos los que asocian estas prácticas con lo malévolo. Para no caer en incoherencias, me gustaría decir que si creemos en un Dios Todopoderoso y Bueno, pensar que quien busca el bien va a encontrarse con el mal resulta bastante absurdo.

Me gustaría ahondar en este tema que considero de gran importancia. Son muchas las personas que piensan que el Tarot y la Religión son elementos absolutamente extraños e incluso enemigos. Supongo que cada uno tendrá sus razones para pensar esto; sin embargo, yo tengo mis razones para sostener lo contrario.

Vayamos por partes. Con las Cartas no se pretende la infalibilidad, ni mucho menos, sino un consejo muy maduro para personas maduras que desean mejorar y que ven en este sistema una forma de lograrlo. No se trata ni del único sistema, ni del mejor, puesto que el mejor es el que responda con la verdad a cada uno. Existe, por supuesto, un enorme riesgo y es: la manipulación, ya sea del tarotista como del consultante, pues muchas veces uno más que la verdad persigue engañarse; pero eso es un peligro en cualquier campo y no sólo en el Tarot.

Por otra parte, algunos (o muchos) identifican Tarot y Brujería. Supongo que, como cualquier cosa en la vida, podría ser así, pero, como siempre, de lo que se trata es del uso que se dé a las cosas, más que de éstas en sí mismas. En primer lugar me gustaría decir qué entiendo por brujería. Yo creo que la brujería lo que pretende es manipular los elementos para que éstos obren de una manera acorde a nuestro sentir, sin respetar necesariamente el sentir de los demás o lo conveniente en sí mismo. Y con este tipo de manipulación yo no puedo estar de acuerdo. Yo, al menos, con el Tarot no pretendo esto en absoluto, sino que, como ya he dicho varias veces, sólo deseo una buena guía de actuación, pero el trabajo lo debe hacer uno, no los elementos; y por supuesto, siempre contando con la libertad de todos los implicados. A mí, más que la brujería, lo que me gusta es la oración. Y esto me conduce al segundo punto que me gustaría destacar: los creyentes (entre los cuales me incluyo) deberían considerar el poder de Dios por encima de todo. Es decir, nadie puede estar por encima de Él (ni siquiera los supuestos brujos); por tanto, los elementos no pueden obrar de acuerdo con el deseo de alguien en particular si Él no lo permite. Por eso digo que en lo que sí creo es en el poder de la oración, pero me niego a hacer uso de técnicas que pudieran ser sospechosas de brujería (en el sentido que he explicado antes). ¿Es esto tan difícil de entender? Pues para algunos he visto que sí. Yo hablo de ayuda no de coacción. Yo hablo de busqueda de entendimiento, de comprensión, y no de ejercicio de poder; y yo hablo, por supuesto, de búsqueda de buenas soluciones, y eso no creo que sea nada malo en sí mismo.
Puesto que soy creyente, creo (o contemplo como una realidad más que plausible) que Dios y los Seres Celestiales existen y que tenemos múltiples maneras de comunicarnos con ellos (la existencia en sí, ya es una de esas maneras); y, por tanto, el Tarot no es algo que se aparte de esta idea. Me gustaría eliminar todo ese tenebrismo que a veces oscurece tanto el mundo espiritual. Y me gustaría citar al respecto y con todo el respeto, unas palabras del Evangelio y que dicen lo siguiente:

En aquel tiempo,, dijo Juan a Jesús: -«Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.» Jesús respondió: -«No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mi. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.» (Marcos 9, 38-40).

Colaboración de Hada Saltarina

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