Había en la ciudad de Satanov un hombre muy sabio que dedicaba sus días y sus noches a la investigación del por qué de las cosas de este mundo. Lo torturaba la necesidad de averiguar por qué existen, cuál es su principio y cuál su fin.
Así consumía su vida entregado a meditaciones sutiles y enmarañando más y más su espíritu en abstrusas cuestiones, al punto de que su razón corría peligro y su alma estaba casi sofocada.
Aunque lejos de Satanov, el Baal Shem Tov se enteró de lo que le sucedía a este hombre. Subió a su carruaje e impulsado por ese ímpetu que hacía volar los caminos bajo las ruedas de su calesa, como si la calesa y el santo fueran un pájaro, arribó a Satanov y entró a la casa de estudios donde el pensador, eloquecido por la angustia se devanaba los sesos. Sin presentaciones ni circunloquios, el Baal Shem Tov le dijo:
- Pierdes tu vida preguntándote si Dios existe. Yo soy un pobre tonto pero creo.
El pensador no supo qué contestar a este aparecido que de modo tan asombroso había leído el fondo de sus pensamientos, pero a partir de ese instante conoció para siempre la paz del alma y la sabiduría que deja lugar a los misterios.
jueves, 14 de diciembre de 2006
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