sábado, 28 de abril de 2007

San Francisco de Asís

No resulta tan grata la lectura de San Francisco de Asís para quienes queremos estar cerca de Dios. El libro es increíble. Un milagro tan otro, un relato más maravilloso que el anterior. Al momento de elegir qué poner acá no resulta fácil. Pero si estamos tratando de llegar a Dios, de sentirlo más cerca, en realidad nos pone en perspectiva de la distancia. El tan grande y yo tan pequeña. El tan puro y yo tan miserable... me sentí condenada.

Esto ha sido un comentario preventivo. El libro se llama Florecillas y mientras lo leo pienso cuando lo releeré sin haberlo terminado! Es una invitación con advertencia. Quizá sea lo que debamos leer cuando nos tornemos algo presumidos y creamos que somos mejores de lo que en realidad somos. Quizá.


Sin más va uno de los relatos:

En cierto convento los frailes recibieron a un niño muy puro e inocente. Un día llegó San Francisco. Aquel niños estaba ansioso de conocer de cerca su santidad. Por eso aquella noche, luego de las oraciones, fue a acostarse cerca del santo, en el suelo, como hacían todos porque era muy pobres. Curioso de ver qué hacía San Francisco cuando se levantaba de noche, ató su cordón al del Santo a fin de despertarse cuando él se levantara.

Luego del primer sueño, al querer levantarse, Francisco advirtió la atadura. La desató suavemente, cosa de no despertar al niño y se fue al bosque a rezar. Al rato despertó el niño y observó el cordón desatado. Se levantó y comenzó a buscar a San Francisco.

Viendo abierta la puerta que conducía al bosque, pensó que allá lo encontraría. Llegando cerca de donde estaba el Santo comenzó a oír una conversación. Acercándose más para escuchar mejor, notó que una luz admirable rodeaba a Francisco. En medio de esa luz vio entonces al mismo Jesucristo, a la Virgen, a Juan el Bautista, a San Juan el discípulo amado y una multitud de ángeles. Todos hablaban animadamente con San Francisco. Al ver y oír todo esto el niño cayó desmayado.

Al regresar Francisco al convento, tropezó con el niño. Estaba como muerto. Con mucho cariño lo alzó en sus brazos y lo lleva a la cama, como buen pastor que cuida de sus ovejas. Cuando el niño le comentó lo que había visto Francisco le ordenó que no le dijese a nadie.

Este frailecito creció mucho en gracia de Dios y en devoción a San Francisco, llegando a ser un excelente religioso. Y solo después de la muerte del Santo reveló aquella visión en el bosque.

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